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02 de agosto del 2021

El Papa Francisco advirtió contra la tentación de una fe idolátrica, una fe que se quede en lo superficial, una fe ‘milagrera’, es decir, que sólo busca el milagro, una fe mágica, una fe inmadura puesta en las necesidades humanas y no en Dios.

Durante el rezo del Ángelus dominical este 1 de agosto, el Pontífice reflexionó sobre la reacción de la multitud que seguía a Jesús tras el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

Jesús se sube a una barca para dirigirse hacia Cafarnaúm y la gente lo sigue también desde unas embarcaciones.

El Pontífice explicó que esta escena podría parecer que está sucediendo algo bueno, pues la gente se pone en movimiento para buscar a Jesús. “Sin embargo, el Evangelio nos enseña que no basta con buscar a Dios, es necesario preguntarse también el motivo por el que se le busca”, subrayó el Papa.

De hecho, “Jesús dice: ‘Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado’”.

“La gente, efectivamente, había asistido al milagro de la multiplicación de los panes, pero no había captado el significado de aquel gesto: se había quedado en el milagro externo, se había quedado en el pan material. Sólo ahí, sin ir más allá, hacia el significado de esto”, afirmó Francisco.

Por ello, el Papa invitó a hacerse una serie de preguntas: “¿Por qué buscamos al Señor? ¿Por qué busco yo al Señor? ¿Cuáles son las motivaciones de mi fe, de nuestra fe?”.

“Necesitamos discernirlo porque entre las muchas tentaciones, que tenemos en la vida, hay una que podríamos llamar la tentación idolátrica”, insistió.

Esa tentación idolátrica “es la que nos impulsa a buscar a Dios para nuestro uso y consumo, para resolver los problemas, para tener gracias a Él lo que no podemos conseguir por nosotros mismos”.

Es decir, “por interés. Pero de este modo, la fe se queda en lo superficial, y también, me permito la palabra, la fe se queda ‘milagrera’: buscamos a Dios para que nos alimente y luego nos olvidamos de Él cuando estamos satisfechos”.

“En el centro de esta fe inmadura no está Dios, sino nuestras necesidades, nuestros intereses y tantas cosas”.

El Santo Padre reconoció que “es justo presentar nuestras necesidades al corazón de Dios, pero el Señor, que actúa mucho más allá de nuestras expectativas, desea vivir con nosotros ante todo en una relación de amor, y el verdadero amor es desinteresado, es gratuito: ¡no se ama para recibir un favor a cambio! Eso es interés, y muchas veces en la vida somos unos interesados”.

“Nos puede ayudar una segunda pregunta que la multitud dirige a Jesús: ‘¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?’. Es como si la gente, provocada por Jesús, dijera: ‘¿Cómo podemos purificar nuestra búsqueda de Dios? ¿Cómo pasar de una fe mágica, que sólo piensa en las propias necesidades, a la fe que agrada a Dios?’”.

El Papa invitó a escuchar las palabras de Jesús en el Evangelio para encontrar el camino: “responde que la obra de Dios es acoger a quien el Padre ha enviado, es decir, a Él mismo, a Jesús”.

Por el contrario, la obra de Dios “no es añadir prácticas religiosas u observar preceptos especiales; es acoger a Jesús en nuestras vidas, vivir una historia de amor con Él. Será Él quien purifique nuestra fe. No podemos hacerlo por nosotros mismos”.

“El Señor desea una relación de amor con nosotros: antes de las cosas que recibimos y hacemos, está Él para amar. Hay una relación con Él que va más allá de la lógica del interés y del cálculo”.

El Papa Francisco hizo hincapié en que esta relación de amor que supera la lógica del interés es también aplicable a las relaciones humanas y sociales: “Cuando buscamos sobre todo la satisfacción de nuestras necesidades, corremos el riesgo de utilizar a las personas y explotar las situaciones para nuestros fines. Cuántas veces hemos escuchado decir de una persona que ‘éste usa a la gente y luego se olvida’. Usar a las personas para el propio beneficio. Es feo eso”.

En ese sentido, advirtió que “una sociedad cuyo centro sean los intereses en lugar de las personas es una sociedad que no genera vida”.

En definitiva, “la invitación del Evangelio es ésta: en lugar de preocuparnos sólo por el pan material que nos quita el hambre, acojamos a Jesús como pan de vida y, a partir de nuestra amistad con Él, aprendamos a amarnos entre nosotros. Con gratuidad y sin cálculo. Amor gratuito y sin cálculos. Sin usar a la gente, con gratuidad, con generosidad, con magnanimidad”.

Fuente/Agencias